Construirse una identidad en un mundo virtual carente de espacios y tiempos, encerrar la palabra en libros desencuadernados, y gestionar la comunicación granular, son los retos creativos en la era de la oralidad digital. Estos cambios requieren una actualización de valores y una transformación cultural que serán el motor del siglo XXI.

Me acerqué al campus de Puerta de Toledo, sede del Instituto de Cultura y Tecnología de la UC3M, para entrevistar a su director, Antonio Rodríguez de las Heras. El edificio es una actualización del antiguo Mercado Central de Pescados, después centro comercial, con espacios acristalados y pasadizos por donde ahora circulan los alumnos. Premio FUNDESCO de Ensayo 1990 por su libro “Navegar por la información”, que trata sobre la experiencia de escritura en la pantalla, lleva profundizando en la interacción de la tecnología con las humanidades desde entonces y sigue en la vanguardia: “no hay forma de seguirle el ritmo, ahora con el MOOC de EEUU, siempre nos lleva la delantera”, afirma Enrique Villalba, director del Master en Gestión Cultural en ese Instituto. Se refiere al curso Utopedia que dirige Rodríguez de las Heras, uno de los pocos MOOC españoles admitidos en edx.org (plataforma online de Harvard y del MIT), que este verano ha lanzado su segunda edición.

Repasando tus proyectos he entrado a tu libro plegado,”El esplendor de la escritura”. Me ha llamado la atención el tema de los espacios, creo que está relacionado con los “no lugares”, como los llama Marc Augé, que están proliferando últimamente en las ciudades.

 

El Esplendor de la escritura

Libro digital compuesto por piezas que antes fueron tuits. @ARdelasH

Me gusta enfocar el tema de la ausencia de lugares que genera el mundo digital utilizando la palabra aleph que nos ha dejado Jorge Luis Borges. Es la mejor definición para la red. Muy a menudo, tendemos a ver la red como una gran expansión que va envolviendo al planeta cuando, curiosamente, el fenómeno principal no es la explosión sino la implosión. Es decir, la red se manifiesta cada vez más como el aleph borgiano en el que encuentras, en un punto, aquello que ya se ha quedado desprovisto de espacio y de tiempo. En el aleph no hay distancias ni demora, es decir, no hay lugares.

Al aleph se une el concepto de “prótesis”. La red no está a lo lejos, sino que la llevamos con nosotros. Por ejemplo ahora mismo estás grabando en un smartphone, que es una prótesis nuestra. Estamos constantemente resonando entre lugares como los que tenemos ahora por nuestro cuerpo -se señala el móvil en el bolsillo, el reloj…-, estamos sentados en el Campus de la Puerta de Toledo y a la vez estamos constantemente resonando al otro lado de la pantalla, en un espacio sin lugares, donde no hay demora ni distancias, lo cual y plantea problemas también desde el punto de vista cultural y literario.

 

¿Cómo nos enfrentamos a nuestra identidad en este laberinto? Tenemos lugar, no lugar y …por ejemplo ahora yo he puesto el teléfono en modo avión. ¿Podemos decir que parte de mi identidad, o lo que nos acompaña dentro de ese aparato, se ha quedado ahí?

 

Es la idea de la “especularidad” que genera el mundo virtual, refleja aquello que llamamos real al otro lado del espejo. Vemos nuestras notas, nuestras fotografías… y también te ves a ti mismo. Y se genera lo de siempre, desde el agua tranquila que nos servía de espejo, hasta la captura de la imagen mecánica del siglo XIX (la fotografía), y luego la película: verte a ti mismo, que genera un gran impacto

En el mundo digital vemos que cada vez más de lo nuestro está al otro lado del espejo, lo que genera identidad y perturbación. Porque uno de los fenómenos de la especularidad es que es reafirmadora y generadora de identidad.

EL ESPEJO VIRTUAL COMO GENERADOR DE IDENTIDAD

 

En el mundo real te ves reflejado en un espejo y te reconoces: “ese soy yo”, y si no estás te produce perturbación. En la red sucede igual, el decir: “¿estoy ahí, en ese mundo virtual? ¿Cómo estoy? ¿Deformado, como en un espejo de feria? ¿Estoy dando una imagen más o menos borrosa, más nítida?”. La idea de especularidad es importante porque es otro espejo más que acompaña nuestras vidas y que está generando nuevas formas de identidad.

 

Reflejo en escaparate

Foto © Tecdencias

 

De lo que más se escucha hablar en relación con el mundo virtual es de la representación, de intentar parecer más de lo que eres. O de suplantación de identidad: “¡cuidado!, que te engañan…”. Tu visión es más positiva.

 

Yo asocio identidad a simulación, algo que hay que explicar porque produce rechazo. Sí, en la red, en ese espejo, simulas también. Igual que en todos los momentos en que quieres que se te reconozca de una determinada manera. La simulación no es mentira, es lo que hacemos los humanos cada vez que sabemos que estamos expuestos.

Tú estás expuesta ahora mismo frente a mí, frente a las personas que están en los otros sillones, y estás expuesta cada vez que te miras a un espejo. Te estás mirando a ti misma en los demás, o en el espejo de azogue del cuarto de baño. Inmediatamente aparecen mecanismos de simulación, que no es engaño. Consiste en intensificar aquello de ti que crees que debe acrecentarse, y aquello que, por el motivo crítico que quieras, deseas que no aparezca en toda su intensidad, no lo haga e incluso que no aparezca. Eso no es mentir, es darnos cuenta de que nuestra personalidad es moldeable, y eso explica el vestido, el maquillaje, o los gestos sociales.

Persona expuesta en escaparate

Expuesto en el escaparate. – Foto © Tecdencias

 

Sucede igual en el mundo digital. Cada vez que estás en la red, -y como decíamos, ya es prácticamente una prótesis-, estás frente a ese espejo como si estuvieras en público. Al estar en público cuidas tu imagen y eso genera simulación. Como todo, puede llevarse al extremo: a la desnudez totalmente traumática, o a que te embozas y te cubres. Pero entre esos dos extremos está la simulación. Y todos simulamos, todos.

 

Para dar la mejor versión de nosotros mismos.

 

Hemos incorporado a nuestras vidas diarias un espejo muy próximo, el digital, que produce la necesidad de actuar igual que actuamos con el de azogue o como cuando tenemos una persona enfrente. Generalmente se tiende a considerar el extremo, a lo alarmista, al que es un pederasta y se cubre mostrándose como un niño o una niña. Esos son extremos patológicos. En la ciudad hay calles oscuras y hay plazas soleadas. No se puede decir solo que las ciudades son antros de calles oscuras y de callejones. Hay que buscar el equilibrio.

LIBROS DESENCUADERNADOS

 

Pasando a los contenidos, por ejemplo a la creación del libro, hablas de libros plegados o desencuadernados.

 

Respecto al “papel de la palabra sin papel”, es decir de la palabra digital hecha de ceros y unos, en un principio pensé que el gran desafío para el autor era fundamentalmente una labor de papiroflexia. Relacionaba la idea de hipertextualidad a la forma de dar tres dimensiones al texto, que reposando sobre el papel tiene las dos dimensiones de la superficie de la hoja, y cuando pasa al soporte digital tiene la posibilidad de plegarse y pasar a tres. Una papirola o pajarita tiene tres dimensiones, desplegada tiene dos.

Pensaba que el autor era fundamentalmente una persona con habilidad para plegar el texto y obtener figuras, formas llamativas. Lo consideraba uno de los retos de la creatividad en la escritura digital. Sin abandonar esa idea, ahora me preocupa otra forma de entender la hipertextualidad, la de las “piezas”. Precisamente por lo que hablábamos antes de la ausencia de lugares y de que cuando no hay lugares no hay distancia ni hay demora, lo cual afecta a la comunicación.

¿Cómo va a ser lo mismo transmitir la palabra en un soporte teniendo que vencer una distancia, y por tanto pagándola con una demora, que en una conversación presencial? Si tengo que mandar la palabra muy lejos, la empaquetaré -vamos a utilizar esa palabra- en un volumen que compense el gasto de tiempo, de energía, etc. La empaquetaré, por ejemplo, en un libro, en una conferencia, o en una carta, como escribían nuestros mayores, extensa, de varios folios, metida en su sobre porque tenía que viajar al otro lado del Atlántico y había que esperar 15 o 20 días a que llegara. Pero cuando la comunicación se hace en un espacio sin lugares los mensajes se empaquetan de otras maneras. Aparece el fenómeno de la “granularidad” de la comunicación, que en un principio alarma.

GRANULARIDAD DE LA COMUNICACIÓN

 

Alarma. Porque se asocia granularidad a desmoronamiento, a desmigajamiento. Ahora mando un WhatsApp, ahora un post, ahora un tuit. Y sientes que todo se desmorona. Todo es tan granular que el discurso pierde consistencia. Pero es la primera impresión, es el aviso de que nos estamos comunicando de otras maneras. Estamos transmitiendo la palabra en otros paquetes y esa granularidad, abro un paréntesis, afecta a todo, por ejemplo a lo educativo. Todos los paquetes que teníamos, que llamábamos cursos, asignaturas, títulos, clases, se está alterando porque los empaquetamos de otra manera. El tamaño de los paquetes tiende a reducirse. El riesgo está en que si se quedan en granos, por muy bonitos que sean, quedan inconexos y entonces tiene razón la alarma. Pero ¿y si en vez de verlo sólo como fragmentos de un todo, como cuando se te rompe un jarrón y a lo único que aspiras es a recomponerlo lo mejor posible, cada trozo se convierte por sí mismo en una pieza? Este concepto, el de “pieza”, es lo que interesa.

La diferencia de la pieza con respecto al fragmento, o al grano, está en que a la pieza en sí, – un objeto hecho de palabras, de imágenes, o de tiempo, pero abierto-, la puedes recombinar para obtener “algo” superior al objeto del que viene, tienes multitud de opciones. Y ahí es donde aparece el concepto de “interacción” del mundo digital.

PiezadeComunicación

Vida de un tuit y comunicación por «piezas» en la web de @ARdelasH

Antes la interacción era “yo te doy un texto digital, hipertextual, como si fuera una papirola y tú, lector, tienes la posibilidad de ir desplegándolo para que broten las palabras”. Ahora el lector es aquel al que le ofreces piezas a granel. “Piezas”, no fragmentos. No la pajarita completa, sino piezas, como las piezas de lego: están ahí, lo más sugerentes posible, pero tan sabiamente hechas que van a poder ser recombinadas de muchas maneras, y la interacción de ese “lector” sería la elección y la recombinación.

Lo interesante es mostrar cosas sugerentes. Así sería un creador o un comunicador que tuviera la sabiduría del diseño de piezas -que no es fácil-. Ofrecería objetos minúsculos, cierto, inacabados, también, pero abiertos. Dándole al lector –seguimos con esa palabra-, la capacidad de seleccionar de acuerdo a sus propósitos y su habilidad para recombinarlos de acuerdo a sus intereses.

 

Piezas de Lego

Foto © Tecdencias

¿Y si además de recombinarlas, las transforma?

 

Sí, pero con la conexión de unas y otras. Juntaría una pieza con otra y tendría una más grande. Ha sido labor suya, es la transformación que le está sugiriendo. Va obteniendo cosas de acuerdo a sus propósitos.

Esa idea de interacción, incluso de “hipertextualidad”, inseparable de la escritura digital, la reinterpreto ahora a partir del concepto de pieza. Le sigo dando vueltas y lo estoy aplicando incluso en la educación, en las formas de entender ahora qué es una clase y qué es un curso. Son ensayos nada más, claro.

OBRA DE AUTOR VS LÓGICA DEL MUNDO DIGITAL

 

Pasando a la autoría, a los derechos de autor y dónde acaba y dónde empieza una obra. Con las series de televisión, por ejemplo: surge una serie y a un grupo de fans no le convence el final y se toman la libertad de redactar un nuevo guión. Los derechos de la serie los tiene la propietaria o la cadena. Pero ¿y de este nuevo guión que han escrito otras personas de forma colaborativa, con personajes que forman parte de la serie?

 

En el mundo digital, si utilizamos esta idea de “a granel”, la intervención de las personas adquiere mucha más fuerza en lo que podríamos considerar “obra” de un autor. Porque empezamos a tener una capacidad de intervención que nos aproxima, y eso es también una llamada de atención: vamos hacia una nueva forma de oralidad.

Venimos de la cultura escrita, la palabra que reposa inalterable sobre un soporte, que es soporte porque resiste el paso del tiempo y las alteraciones consecuentes. Y entramos en un mundo digital hecho de ceros y unos en el que las palabras son palabras porque no dejan de moverse. No te vale de nada colocar lo que podíamos llamar “escritura digital”, si no circula. También tenemos que plantearnos la red de otra forma, no es un gran depósito, es lo más parecido a una reinterpretación del movimiento browniano, el que tenemos cuando entra un rayo de luz por la ventana y vemos que la atmosfera está llena de polvillo: no lo ves pero está allí, en constante movimiento. Eso es la red, ese polvo de ceros y unos moviéndose constantemente, que al no moverse, se sedimenta, como cuando aparece sobre la superficie de la mesa. La clave está en que circulen las cosas, si no lo hacen se depositan, y a medida que aumenta el depósito, acceder a esos ceros y unos se hace una labor casi de arqueología.

ORALIDAD DIGITAL

 

La idea de movimiento nos lleva, entre otras cosas, al concepto de “oralidad digital”, a la necesidad de estar en movimiento y de adquirir los recursos necesarios para manejarnos en la cultura oral. Dicho de otra manera: yo hablo con una persona y sé que esa comunicación es efímera a más no poder. En cuanto ha terminado la comunicación, esas ondas de aire han desaparecido, mientras que si le mando una carta, la leerá una vez, dos o las que quiera. Y queda a la vez reposando en el papel dentro de un sobre. En la lógica de la oralidad, se pide que todo lo que cuentas a una persona lo puedas repetir muchas veces -incluso es conveniente repetirlo-. Si no, esa idea o anécdota se pierde-.

Todos en la oralidad repetimos insistentemente las cosas. Lo que sucede es que las contextualizamos recombinándolas según el momento, porque sabemos que lo contrario es la muerte de esa idea, de esas palabras.

Por otra parte, no solo no te parece mal, sino que incluso deseas que aquello que dices de palabra a una persona, lo repita. No dices “oye que me plagias”. Esa persona lo va a contar -de otra manera, seguro-. Y lo ves como que tu palabra vive. Así que lo que en cultura escrita lamamos “refrito” o plagio, curiosamente, para la cultura oral son necesidades.

En el mundo digital se plantea la misma necesidad que con la oralidad. Si seguimos planteando las mismas exigencias de control de copyright, autoría, etc. que tenemos sobre el papel u otros soportes no perecederos, se nos rompe la lógica del mundo digital.

NUEVAS ESTRATEGIAS DE ORALIDAD PARA LA LITERATURA

 

Y ¿qué hacemos con un poeta o un escritor que quiere vivir de hacer poesía, cómo hace para vivir de ello, si cualquiera se lo puede apropiar?

 

No sería el mismo concepto de apropiación que utilizamos para un objeto físico. Porque el poeta, narrador o ensayista va a tener que escribir, que transmitir “eso” de manera distinta a como lo hace sobre papel impreso.

Ese es el primer desafío que se encuentra quien quiere comunicar en la red. Ya no le valen los mismos medios y métodos que utilizaba sobre un papel o un celuloide, porque entonces falla y empieza a quedarse sedimentado. Está ahí, pero no está cumpliendo su función comunicadora. Y esa es la frustración que se produce generalmente en el autor que pasa de la tinta al espacio de ceros y unos. Se desilusiona.

Y sin embargo vemos a un bloguero que jamás ha escrito un artículo con estructura, que no ha publicado y que sin embargo está escribiendo posts con ritmo de actualización, enlaces, retuiteos, transmedia… y se está comunicando, utilizando nuevos géneros apropiados para el mundo digital. Ahí está el desafío profundo de la literatura, no se trata simplemente de migrar. Si fuera así ya lo tendríamos resuelto: lo escribo, hago el proceso de traslación y ya está. Pero eso falla: pierdes lectores, la obra se sedimenta… y si a eso se añade la profunda obsolescencia que subyace en todo el mundo digital, es todavía más dramático. Incluso va a quedar obsoleto tecnológicamente. Es un gran desafío. Yo insisto cada vez más en las nuevas estrategias de oralidad para la literatura.

 

Aquí podríamos aplicar el mismo criterio que con los móviles, igual que decimos que el móvil ya no es un móvil sino un artefacto con determinadas funciones, el libro ya no es libro.

 

Claro, porque si miramos con frialdad el concepto de libro desde su perspectiva de contenedor que confina palabras, las preserva y las transmite, que permite el desplazamiento… Cuando introducimos las coordenadas espacio temporales en la palabra lo entendemos: tengo que transmitir estas palabras mías a kilómetros de distancia. El proceso exige demora, y por tanto tengo que asegurar un grado de permanencia. Y si tengo que desplazar “eso”, no voy a mandar cuatro palabras, o un post. Porque supone un gran esfuerzo y gasto energético. (Ya desde el paleolítico, si tenías que hacer un desplazamiento calculabas la carga para compensar el esfuerzo, los riesgos y avatares que suponía…). Pero si estoy en un espacio que no tiene lugares -y volvemos al principio de la conversación-, no tengo que vencer distancias, ni pagar demoras. Esta situación afecta al propio discurso.

En un principio lo tomamos de manera negativa, perturbadora: “¡Se me desmigaja!”, y produce inmediatamente alarma: “¡Cómo que cuatro palabras!” Y eso es sólo el principio. Luego viene el desafío: si ahora me tengo que comunicar en ese espacio ¿lo voy a hacer con las mismas formas? No. ¿Lo voy a hacer con esa granularidad inaceptable? No. ¿Y si busco formas como las piezas, volcada la metáfora a hechos concretos? y empieza a funcionar…

EL RETO CREATIVO

 

Es un reto creativo precioso. Me da igual que hablemos de educación: ¿voy a seguir dando la clase, es decir, la hora, las dos horas de clase?… Un MOOC, como en el que estoy metido ahora, te impone utilizar piezas de tiempo y espacio distintas a las que imponía el aula y a lo que llamábamos “empieza la clase”, “termina la clase”, “el horario”. Estamos ante el desafío de crear las piezas adecuadas.

Si quiero realizar el proceso docente en la red no lo puedo migrar solamente, que es lo que se hacía antes (lo hicimos todos, yo el primero): “¡Sí, sí! Muy bien, ponga una cámara que doy la clase” y lo hago bien por streaming o grabado.

El paquete de información que se llamaba conferencia, clase, o seminario, que se creó para cuando había que desplazarse a un punto lejano, se invertía tiempo, dinero y energía, ya no funciona en el mundo del otro lado del espejo. Y este para mi es uno de los temas de investigación más sugerentes.

 

¿Estamos preparados para este cambio? Tanto por parte de los alumnos como por los profesores.

 

Es una llamada a nuevos lectores, alumnos, profesores, escritores, conferenciantes… Supone una concurrencia de nuevas actitudes que hay que desarrollar.

No es sólo un llamamiento a los que somos profesores y nos han quitado la tarima, el atril, o la pizarra. Es también un llamado al nuevo alumno, acostumbrado desde la escolarización más temprana a unas formas de entender la educación en un espacio y un tiempo, que de pronto se encuentra con que tiene que cambiar sus hábitos. Es una complicidad compartida y exige rodaje, no hay más remedio. Hay que rodar y hacer cosas, fallar, e ir rodando hasta que todo tenga consistencia.

Y los nuevos lectores evidentemente tienen que cambiar, lo que lleva a las tensiones de la cultura digital.

 

Recuerdo un caso muy comentado en las redes, cuando Forges dijo a través de una viñeta que los videojuegos no eran cultura.

 

Respetando a una persona tan apreciada como él, creo que lo que ocurre es que nunca se acoge lo nuevo sin previo desprendimiento de algo que ya se tiene. Y eso es doloroso y genera confusión.

LA MELANCOLÍA DE UN SER EN CAMBIO

 

Habrá videojuegos que no sean cultura y los habrá que sí, y habrá libros que no lo sean y libros que sí.

 

En efecto. No hay ningún cambio evolutivo en la historia que no pase previamente por dos cosas: el desprendimiento y la incertidumbre. Es lo que explica las tensiones del cambio. Si fuera sólo acumulativo, evolucionar sería muy fácil: tengo A, llega B y tengo A y B. El problema es que tengo A y a lo mejor tengo que desprenderme incluso de todo el A para poder conseguir el B. Y el B viene con una fuerte carga de incertidumbre. Esa es la duda y es lo que divide a los seres humanos entre los que ante esa incertidumbre tienen vértigo y dan un paso atrás y los que no lo tienen. Es así en todos los momentos de nuestra vida, y ahora con tantos cambios, mucho más. Es inevitable y por eso el ser humano a medida que va sometiéndose a tantos cambios, se hace cada vez más melancólico.

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La Neomudejar. – Foto © Tecdencias

Curiosamente, asociamos el cambio al optimismo, incluso ciego, a la euforia, cuando el cambio genera sobre todo melancolía. Porque por mucho que tengas en un momento dado, eres consciente de que has tenido que desprenderte de cosas que no necesariamente estaban mal. La evolución no significa que desaparezca aquello que es inferior, o es feo. La evolución es un constante reajuste en el que las cosas que se desajustan no lo hacen porque estén rotas o porque sean peores, sino porque no están adecuadas a ese nuevo entorno. Y eso nos produce a todos melancolía.

La visión de que el mundo que afecta al cambio es un mundo optimista no es real. Una cosa es que sea un mundo decidido: ”tengo vértigo pero no doy un paso atrás”. Pero no por eso desaparece la melancolía de saber que lo que tienes ahora se debe a que previamente ha desaparecido algo. “Qué estupendo lo que tengo ahora, pero echo de menos la cocina familiar de antes, hecha a fuego”.

¡Qué maravilla los placeres sensoriales que produce el papel encuadernado en un libro! Son placeres que una tableta no te puede dar. ¡Qué placer me da ese discurso literario hilvanado en líneas y líneas! y que ahora, con esta estructura que estamos hablando de dosificación de piezas, a lo mejor se rompe.

Eso nos va a pasar en todo, “echo de menos a esa madre atendiendo a los hijos en la casa, a esa estructura familiar en la que había siempre esa referencia materna”. Ya, pero la mujer ha obtenido otras cosas. Hemos perdido eso, nos ha planteado otros problemas que sabemos que tienen los niños en la actualidad, quizás por la falta de proximidad. Son problemas a los que tenemos que enfrentarnos, eso es constante, y es lo que genera la melancolía como una característica de un ser en cambio.

LA CULTURA COMO DIVERSIDAD DE MIRADAS

 
Sugieres que el siglo XXI es el de la crisis cultural.

 

Sí, siglo XXI en cuanto referencia temporal, el futuro próximo, porque hemos creado un mundo que lo estamos mirando mal. Considero que “cultura” significa mirar el mundo. Siempre distingo entre conocimiento y cultura, diciendo “conocer es ver”, y “la cultura es mirar”. El conocimiento permite ver el mundo cada vez más dilatado y más profundo, pero la clave de esa panorámica es que se puede mirar de múltiples maneras. Eso es la cultura: las miradas que se hacen sobre lo que se ve. Ahí está la creatividad, porque tú y yo estamos viendo un paisaje, y tú lo miras de una manera y yo de otra.

Mirada amplificada

Sólo una mirada es la que provoca la sorpresa. – Foto © Tecdencias

De ahí que cuando esa mirada se plasma en algo permanente, como puede ser un cuadro o el clic de una imagen fotográfica capturada, te das cuenta de que tú y yo estábamos en el mismo lugar, ante la misma visión, y tú has mirado gracias a la amplificación del clic de la cámara fotográfica de una manera totalmente distinta. Cuántas fotografías que han pasado a la historia están hechas en momentos en que hay mucha gente observando y sólo una mirada es la que provoca la sorpresa, o la estética. Por eso la fotografía es reveladora del mundo, aunque estés mirándolo no lo percibes hasta que miras la fotografía y dices “aunque estaba ahí de testigo no lo he visto”. La cultura es mirada. El mundo actual nos está liando, además estamos construyendo un mundo, fruto del desarrollo tecnológico, totalmente distinto al que teníamos.

Para conducirnos por ese mundo, para intervenirlo, lo estamos mirando con un escorzo, desde una perspectiva que hace que las acciones estén cargadas de error.

Cuando tenemos que hacer algo con precisión cuidamos de mirarlo bien. Si esto es el mundo y la mirada es la cultura, la distorsión es brutal. Estamos mirándolo algunas veces incluso con cultura y con valores que vienen de sociedades de pastores. Y queremos controlar este mundo con esos valores, con esas miradas. Los errores se encadenan de una manera alarmante y eso es lo que origina esta sensación de malestar que tiene el ser humano contemporáneo, por la disfunción de nuestras acciones. Somos constructores de un mundo y lo manejamos mal y eso origina el mismo malestar que cuando vas en un coche con un conductor que no es muy bueno: estás incómodo. No ha tenido un accidente, pero no estás tranquilo.

Esa es la sensación que tenemos todos los contemporáneos. Hemos construido un Ferrari y tenemos a una persona que lo conduce como un utilitario, lo que origina unas sensaciones de incomodidad bárbaras.

La cultura es el conductor, el mundo tecnológico que estamos construyendo es el coche. Eso produce tensiones, de ahí mi reclamo: hay que plantearse cambiar de conductor. Y eso es la crisis cultural. La revolución cultural.

Luego habrá cambios políticos, económicos… Evidentemente, pero la máquina que tire del tren, frente a otros momentos históricos, será la cultura, el cambio cultural. Los valores chirrían por todas partes, incluso en algunos momentos decimos: pero no te das cuenta de que esto así ¡es imposible! Personas o pueblos, con este poder económico y con esta capacidad tecnológica, ¿y qué valores les mueve? Es imposible que esto encaje, es arriesgadísimo que una persona con esa inmensa capacidad de intervenir en el mundo, tenga una visión del mundo así.

 

Antes de acabar esta conversación, ¿podrías comentar el concepto de ciberdiversidad en relación con el cambio cultural?

 

La cultura es siempre plural, lo que ves tiene que ser mirado de muchas maneras, no sólo de una como le gusta al poder. Desde el punto de vista cultural, es muy interesante la ciberdiversidad. Cierto que podemos caer en totalitarismos, estamos en una encrucijada, pero la oportunidad sí la tenemos. Estos nuevos espacios sin lugares serían ideales para enriquecer a la sociedad, para que empecemos a crear una multiplicidad de miradas, es decir, la ciberdiversidad. Mientras tanto, la ecología nos dirá que estamos perdiendo riqueza biológica. Cierto. Pero como tantas cosas en la vida, unas son alarmantes y otras estimulan.

 

Queda esperanza entonces,

 

Sí, sí, por supuesto, tenemos esperanza.

 

Fotografías © Tecdencias en Flickr. Solicitar autorización expresa del autor para reproducir.

 

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