Mi lugar de trabajo es satelital: todo gira en torno a una silla, que también gira, con la pantalla del ordenador como referencia y la ventana como apertura al mundo.

Habito este piso desde hace tres años y en realidad todavía no estoy segura de cuál es mi espacio personal, pero al menos éste es el que he intentado construir:

Una silla de trabajo muy cómoda: regulable en altura, con apoya brazos que se suben o bajan, se abren o se cierran. El respaldo queda fijo o basculante, más inclinado o recto. La silla tiene ruedas para moverme por la habitación y alcanzar al teléfono sin levantarme y el respaldo es de rejilla, para que no agobie en verano.

En una pared, haciendo esquina con el ventanal de 2 metros por 1 y ½ de alto, hay un mural de un metro de ancho por dos de alto, al que se fijan dos estantes bien altos y un tablero para la pantalla del ordenador, los bafles y un sujeta-libros. También cabe un flexo metálico (“lámpara Ptolomeo”), cuya pantalla gira 360º.

En los estantes de arriba tengo diccionarios y portalápices con muchos lápices, bolígrafos y rotuladores. También algún archivador con los papeles que estoy manejando últimamente y la contabilidad del mes. Parece que flotan, los estantes.

Luego tengo una mesa aerodinámica, ovalada, de 40 cm. x 1,80 m. de largo, con patas sólidas y ruedas, que acerco o alejo de la pantalla del ordenador, según quiera utilizarlo o escribir a bolígrafo. A veces la coloco justo en frente y a lo largo de la ventana para ver la calle, o la empujo debajo del tablero para dejar espacio en el cuarto (por ejemplo, cuando tengo invitados).

Junto al panel (gris, como la silla) hay un mueble modular, también con ruedas, que mide 80 cm. de largo por 55 de fondo y 65 de alto. Tiene unas divisiones que permiten guardar carpetas de pie a la izquierda y la impresora a la derecha, sobre una bandeja que se saca y se cierra según se vaya a utilizar o no. Sobre este módulo (amarillo, como la superficie de la mesa oval y las cortinillas de la ventana) está la CPU.

En la pared de enfrente hay otro mueble, blanco, de 1,20 m. de largo y 80 cm. de alto, con una balda y puertas de cristal traslúcido, donde guardo libros y material para el ordenador (cables, cartuchos de tinta, etc.). También tiene unas buenas ruedas, con frenos, pero no desplazo nunca el mueble.

Qué más… en el techo luce una hermosa bola blanca, opaca, desproporcionadamente grande y aplastada en su eje vertical, que alumbra y casi ciega la vista.

Sobre el mueble blanco descansan el teléfono, el contestador y cajas –también blancas– traslúcidas con tapa que encierran papeles según temas.

Junto a este mueble hay un foutón colorado y azul para los huéspedes, y enfrente, junto al módulo amarillo de la impresora, un grabado de 1 x 1,20 m. Representa un bosque de árboles color pastel (turquesas, verdes, azules) dibujado con ángulos muy agudos.

En invierno enciendo la calefacción, que corre por debajo de la ventana.

Junto a la silla, en el suelo, un reposapiés negro y una papelera blanca con tapa y patitas grises. Y la gata, siempre la gata. Por todas partes, sobre el teclado, en la ventana, mirándome, fijamente. Ella manda, yo sólo pago la hipoteca.

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