CUERPO INABARCABLE
I — LA RUTINA
Regulando el movimiento imperceptible de los párpados para habituar sus pupilas a la luz de la mañana, Dorotea ascendió de la madriguera como acostumbraba desde hacía ciento ochenta y cuatro años y tumbó, en lo que antes fue pradera, su cuerpo de monstruo inabarcable. Taciturna todavía, lamió la sangre niquelada de su brazo derecho. Cada vez le costaba más atravesar la trampilla, pero cumplía la rutina diaria como había prometido. «Hazme caso, la señal vendrá por el este y yo no estaré aquí para advertirte, debes estar atenta».
Había pasado una década desde aquello. Aún veía el semblante ojeroso de su abuela, forzada a emigrar para dejarle espacio en la vivienda. «¡Prométemelo!, Dorotea, prométemelo», hasta sacarle las palabras: «Sí, abuela, claro que sí».
—¿Lo intentamos una vez más? El Concejo entrará en razón, hay sitio para otras dos madrigueras todavía… —había insistido la nieta.
—Marcho ya, Dorotea, no insistas —zanjó entonces la abuela—. Y recuerda: la señal vendrá por el este.
Después del baño de luz y limpias las escamas, ya en la embarcación, cogió el paño para sacar brillo a la máquina hasta dejarla resplandeciente y orientó el receptor hacia el este. «¿Será hoy, se encenderá? ¡Quiero tanto mi propia casa! Buscar a los otros, vivir sobre el nivel del mar, olvidar la oscuridad».
(Continúa…).