Estos domingos de guardar, que llaman a quedarte en casa pero sales y cuando vas conduciendo sientes a los árboles perder sus hojas. Caen en remolino, o como lluvia marrón que roza la calle y los coches las estrujan sin contemplación. Ellas quebradas, inertes, polvo ya entre hilachas y cortezas.
Estos domingos de guardar pero no, en que te resistes, te lanzas a la calle y deambulas de aquí para allá con la bufanda hasta los ojos, guardando el vaho. El tuyo, propio y húmedo entre la lana.